jueves, 9 de diciembre de 2010

Sevilla.

Ahora creo que en el Paraíso debe oler a naranjas, tierra mojada y leves notas de incienso y castañas asadas.
Que será de colores ocres, tierra, verdes y rojizos.
Que habrá calles, muy estrechas, que acaben en plazas de encanto insospechado.
Que se oirá siempre el rumor del agua en ríos, acequias, fuentes y estanques, con acordes de trotar de coche de caballos.
Que sobrarán besos y ganas a quemarropa.
Que hará frío, un frío sólo combatible con el cuerpo a cuerpo.
Que nunca sentirás tan acompañada.

Nunca he creído que allá arriba haya nada más que estelas de aviones y estrellas a años luz. Por eso, los paraísos me los busco aquí abajo, tan terrenales como los placeres que me ofrecen.



sábado, 27 de noviembre de 2010

Cadáver exquisito de noche de invierno.

Ella le sonrió como si dos años hubiesen sido décimas de segundo, con la misma calidez de la última mañana que amanecieron juntos. Había sido pura casualidad que coincidiesen en aquella parada de autobús, a los dos les quedaba a desmano y la ciudad era de paso para ambos. Él le habló de sus últimos días con la confianza del principio y ella escuchaba sin saber en qué punto había dejado las ganas de quererle.(S.M)

Y las ganas de todo que se había ido comiendo esta apatía estacional. Si había algo que soportara aún menos que la rutina era esa especie de conformismo que había sustituido a sus ardientes urgencias. Le seguía oyendo de fondo, más allá de sí misma. Se recordó hace unos años, su boca siempre descontenta, sus manos impacientes, sus temblorosas piernas.(J.L.)


No podía quitarse de la cabeza el cosquilleo que le hacía mientras le acariciaba los muslos. Su lengua recorriéndole la espalda, dibujándole una línea imaginaria, interminable. Le contestaba con monosílabos, con una frialdad que contradecía la expresión de sus ojos, pero descubrió que era imposible borrar la falta que le había hecho durante todo ese tiempo. Entonces él cogió su mano y le pidió, casi rogándole, que le acompañase. (S.M.)


Se conocía de sobra. La compasión no valía con ella. No aceptaría volver a su cama sólo por compartir soledades. Era hora de cerrar un ciclo, de despertar de nuevo su sensualidad en brazos de desconocidos. Dónde había quedado aquella mujer que le había pegado ya varios bocados al mundo y ahora había perdido el apetito. Qué había sido de ella. Él no tenía la culpa, los problemas radicaban en su antropofagia, en su hambre impulsiva que acababa con los hombres apenas los empezaba. Rebañaba instintos hasta que se saciaba, agostaba las relaciones y entonces debía volver de caza, desempolvar sus tácticas de felino. Decidió que con este ya había acabado, que había dejado de sentir. Echó un vistazo al bolso y vio que allí estaba aún su carmín rojo y el frasco de perfume de las grandes ocasiones. Salió de su apartamento, cerró la puerta inmune a sus gritos desesperados y al pasar por el espejo del rellano pasó la vista por su figura: sabía que aún despertaba muchas miradas indiscretas. Deseaba ser deseada. Volvería al bar de siempre. (J.L.)

viernes, 26 de noviembre de 2010

Ventana al fondo del patio de luces.


Te puedo ver a través de estas ventanas, sucias de desesperanza y desilusión, congeladas con los pequeños momentos que atraviesan almas heridas de amores imposibles y tortuosos, en noches de sábanas húmedas, que todavía respiran los sudores de cuerpos desconocidos, que se han dado cita para quitarme los lamentos pegados a mi piel, envejecida a través de inviernos solitarios, en apartamentos alejados del centro de esta tediosa ciudad que nunca será mi aliada.


Julia López, los caprichos de la vida bohemia.



Y yo te devuelvo una mirada oblicua que olvida momentáneamente la distancia kilómetrica de las noches desheredadas e inhóspitas, perdidas en las esquinas de tenue iluminación, abrazando el recuerdo de las pasiones perdidas y más sucias que los cristales que hoy parecen gritar por culpa de ese vaho, en constante lucha para no condensarse, que deja que los estértores de este amor curtido a base de desesperanzas y desventuras perezca en el interminable y angosto pasillo. El mismo que ahoga las palabras más poéticas que un corazón helado puede entonar a media voz, de soslayo, casi rozando la inevitable muerte.

Saila Marcos, agnosticismo de entrada.

Se me agolpan en la mente, desordenados y sin permiso, como a empujones para alzarse con el triste premio de consolación, los recuerdos de otros inviernos más acogedores aunque congelados los sentimientos y vivos los recuerdos, en ciudades lejanas de esta vieja y ajada Europa, meridionalmente diferentes, en las que nos sentíamos encendidas por la llama de mil revoluciones pendientes e inacabadas, que quisimos continuar pintando con el rojo de nuestros tiernos pero expertos labios en calles que pedían gritos de rebeldía tras el paso de años de comodidad cosmopolita. Aún quedan marcadas como a fuego las vivencias de tres damas que ahora se extrañan, por kilómetros de mar o de pasillo, se añoran en noches de alcohol con grados de más pero con grados bajo cero en los corazones.

Julia López, Berlín en sus inviernos.



jueves, 1 de julio de 2010

Sus principios (de eco-no-mía).

Nunca quiso ser de nadie,
porque ya es muy suya.

Y con embargos,
bloqueos, o ayuda,
su corazón trabaja
en cooperativa
(aunque en la caja
los números bailen).

Sus sonrisas,
voluntarias,
se regalan
(aun cuando no sobran
ni por activa
ni por pasiva).

Y sus pasiones,
sus divisas
(sin horizontes),
no las subasta,
las cambia
por noches encendidas
de las que nunca se gastan.

Porque donde pone el fuego,
pone la vida.


viernes, 25 de junio de 2010

Tramos de sabor agridulce.

Que las riendas de la vida están en tus manos es algo que uno empieza a entender más tarde. Cuando acelera y notas el tirón, y agarras o te arrastra. Cuando baja el ritmo tanto que tiras o te paras. Y la velocidad la vas a notar tú, por mucho que haya quienes intenten engañarse con el cuentakilómetros. Porque habrá veces que esta mierda vaya despacio y no te cruces a nadie por la carretera, otras que veas pasar los buenos momentos como los árboles de las cunetas a 180 km/h, otras que sientas todos y cada uno de los baches y otras tantas en las que tengas que entrar reduciendo. Pero siempre habrá tramos, porque hay límites de velocidad, aunque toda restricción está hecha para poder burlarla.

Y también que su sabor siempre será agridulce, en estado natural. Algunos se empeñarán en echar más de un sobre de azúcar y a otros se les irá la mano con la sal, pero cruda sabe agridulce. Y a mi me gusta poco hecha, cuando sabe a de verdad. Y te comerás momentos que te costará tragar y también putas delicias, que igual no te da tiempo ni a saborear.

Pero lo que tienes que tener claro es que cuando puedes ir rápido, sacar la mano por la ventanilla y con la otra agarrar fuerte el volante (y de vez en cuando al copiloto), y, además, al natural te encanta como sabe, dulce, lo que tienes que hacer es Vivir(la).

Y si no, estate atento al desvío. Porque imagínate que se te pasa. Que esto es una autopista, y es muy importante que no se te pase porque estás hablando por el móvil o pensando en otra cosa, que luego es muy difícil volver atrás.




miércoles, 23 de junio de 2010

El peso de kilómetros.

Avanzo a tientas,
dubitativa,
porque me pesan a diario,
como piedras,
los kilómetros
el calendario
la falta, las ganas
los tambaleos sin tu saliva.

Con la necesidad,
siempre urgente,
de agarrarme a tangibles.
Por si resbalo sin tu boca
y me arrastro
por instinto, por instantes
o tropiezo si no me tocas
te pierdo al norte
y la orientación.

Verdades, certezas,
porque sí,
el suelo aquí,
pero lunas, cervezas
y allá, volando,
mi cabeza.

Ante la ausencia,
suelto lastre,
busco una panorámica,
el camino, la historia,
desde las alturas
de todoesto,
por si me falla la memoria.

No manejo la fe
aunque no sobrevivo sin creer,
cómo cualquiera,
en todo lo invisible.
Las distancias se me clavan
y me escuecen al contacto
con las preguntas
de la almohada
pero cuando otras bocas me sugieren
yo recuerdo, suspensivo,
un temblor, tu tacto,
y todo lo insustituible.


jueves, 17 de junio de 2010

Quiero.

La verdad es que lo de menos son los tequieros. No, no quiero desgastar palabras; quiero que me desgastes con las manos y la boca.

Quiero roerte las entrañas, que sientas un impulso irrefrenable de comerme hasta el alma cuando te sonrío achinada, que se me erice la respiración en cada caricia, que me encuentres las cosquillas en todos los rincones, que haya concierto (para fumadores) en mi colchón todas las noches, que me suban las ganas como la espuma al más leve contacto con tu piel, que tus yemas sean raíces enganchadas a mis vértices, calentarte a fuego lento hasta el tuétano, vivir entre unas sábanas que vuelen en cada resuello, no darte tregua en la lucha cuerpo a cuerpo, regalarte mi cintura entregándote las riendas, relamerte los bigotes antes de hacerme maullar, dibujarte un plano de las estaciones de mis lunares para que lo recorras con tu lengua y te bajes en cada estación clave...que se oiga en cada poro de mi piel el sonido de los tequieros pronunciados en silencio.

Creo que no es pedir demasiado.

miércoles, 16 de junio de 2010

Se nos iba la vida.


Lo triste es que vivo en un túnel si no me sujeto a tu ropa. Lo alegre es tu lengua al buscarme que en vez de saliva me trae amapolas. Lo raro es que al irse tu pelo ya no cicatriza la almohada. Normal es que cuando me miras la vida me da seis vueltas de campana. Lo feo es la piel protestando, pidiéndote todas las noches. Lo fácil sería desquererse pero ¿quién rebobina este cuento? Tu eres un beso sin rumbo y yo un corazón sin respuesta. Los dos nos quedamos sin pulso al rompernos la boca con tanta obediencia...


"Si estuvieras aquí..."

Misivas (I miss you)

Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo,

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco,
yo lo quiero de vos porque te quiero.


Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad


Carta de amor, Julio Cortázar

Mientras tanto pienso en ti...

martes, 15 de junio de 2010

Se abre una autopista en medio del verano.


En poco tiempo, comenzarán a arder las noches de verano. Se le desbocarán los tirabuzones, por acción del calor estival, como de costumbre. Se beberá las lunas llenas de un trago y recorrerá sus autopistas, rumbo al calor del cuerpo a cuerpo, con la incandescencia a flor de piel. El salitre le escocerá en las cicatrices, pero pondrá sabor a todos los nuevos besos. Mientras, olerá a lumbre, habrá bullicio en los paseos marítimos y (le) subirá la marea. Esta vez no dejará que el sol le desate los vínculos, sino que tratará de soldarlos más fuerte. Burlará las distancias: las ganas descosen kilómetros. Y en cualquier calle, a 39 grados, jugarán sus bocas, como si estuvieran llenas de flores o de peces. Agosto la vio llegar al mundo, como los gatos. Por eso maúlla en cuarto (de urgencia) creciente y araña cada momento con la intensidad que le dio el estío. Anda por los tejados, en la frontera, que se desdibujó hace tiempo, entre su suelo y tu cielo. Y sigue oyendo los ecos de sus besos en la piel, en la primera persona del plural, en todos los días completamente viernes.